jueves, 20 de agosto de 2015

Hermanos





Manu 18-8-2015. Cádiz


Querido hermano:

Hoy comienza tu nueva vida, una vida dura,una vida en ocasiones poco agradable, una vida marcada por el sufrimiento ante las inclemencias del tiempo y de las personas...pero no desesperes, también es una vida agradecida,una vida honorable, una vida al fin y al cabo como tiene que ser.

Has cogido una buena bifurcación en el camino de la vida, a partir de la cual yo ya no te podré acompañar ni ser tu guia, pero si me necesitas, sabes que construiré un nuevo camino hacia el tuyo, adoquín por adoquín, sin importar las consecuencias.

Descubrirás tantas cosas que no creías posibles...Descubrirás como unos minutos tienen un valor muy diferente a los del resto de los mortales. Descubrirás la auténtica hermandad. Pablo y yo ya no seremos tus únicos hermanos. Descubrirás que eres capaz de hacer cosas inimaginables. descubrirás que el frío, el hambre, el sueño, la sed, el calor son cosas sin importancia si así te lo propones.

Descubrirás tantas cosas...

La próxima vez que nos veamos habrás cambiado de los pies a la cabeza , ya no serás aquel niño que me hizo la infancia feliz, que me seguía a todas partes, con quien tanto jugué a los action man, al fútbol, al fifa, a las peleas, a ser soldado...

Ya no serás ese adolescente rebelde que tanta curiosidad tenía por la vida adulta, con quien compartí su primer vaso de vino peleón, y que me preguntaba sobre coches, política, historia, chicas, fútbol, y otro sinfín de historias.

No, ya no serás ese, ahora serás mucho más, ya hermano de sangre, ahora serás también hermano de armas, de fatigas...Y no podría estar más orgulloso y contento. se que tu lograrás lo que yo no pude, y eso me llena de ánimo y orgullo.

Dentro de 5 años, o 6, o los que hagan falta, volveré a abrazarte en esta misma puerta, en el punto de inflexión de tu vida, y seré el primero en saludarte con una marcialidad prusiana y gritar "A sus órdenes mi Teniente".

No lo dudes, hermano, siempre estaré ahí, pase lo que pase. Eres todo un orgullo y un ejemplo. Te quiero cadete pelón, demuéstrales lo mucho que vales.


Nacho 19-8-2015. Zaragoza


Teniendo un ejemplo como una catedral, el camino se hace más llano, dispuesto a dejar el nombre aun más alto y sobre todo, que este nombre siga siendo símbolo de sacrificio,honor, valentía, lealtad, voluntariedad y abnegación. Muchas gracias, hermano. aquí se siente tu huella y se habla de ti, para mi es difícil aguantar las lágrimas cuando mis superiores comentan tus hazañas y destacan tu espíritu.

Se que tengo mil ojos, pero lo más importante se por el que más quiero ser fiel cumplidor de mis deberes y exacto en el servicio, es por ti, hermano.

Espero que la vida te depare un camino lleno de logros, lo cual no dudo.

Y yo también, hermano mío, veré como te conviertes en teniente del cuerpo de infantería de marina, sin duda alguna vas a tener un gran peso en el cuerpo, pues lo más difícil se reserva a los mejores...

Mucha suerte hermano, no te fallaré. te quiero, gracias por enseñarme lo más grande y por guiarme por el camino más arduo, pero más bonito. Siempre agradecido y en deuda. te veo en unas semanas , te debo una cerveza en el casino!

miércoles, 15 de abril de 2015

Diálogo


-Mamá, ¿has visto mi camiseta azul?

- ¿A cuál de las 24 camisetas azules que tienes te refieres exactamente?

- A la de Hollister.

- ¿A cuál de las 13 camisetas azules de Hollister te refieres exactamente?.

- Venga ya  mamá, no empieces.

- No, no la he visto.

- ¡Pero si no sabes que camiseta es!

- Sí, la azul de Hollister, pero no la he visto.

- Mamá la nueva, la que tiene el pájaro en amarillo.

- Ah ¿esa?, pues no, no la he visto.

Ana sabía dónde estaba la camiseta. Estaba en la cesta de la ropa limpia, pero confesarlo implicaría plancharla ante la insistencia de su hijo, y no pensaba ceder.

-Ponte otra, y no me marees más con la dichosa camiseta.

- Luego me pedirás que baje al perro, y que sepas, mamá, que no pienso hacerlo. Ni eso, ni el resto de las cosas que me pidas.

-Y si te pido que me acerques la cartera para darte dinero

-Entonces sí, mami-Quique sonrió- ¿dónde la tienes?.

-En Australia, anda vete a por ella y vuelve por navidad.

-¿No me vas a dar dinero?

-¿Y el que te di ayer?

-Es que salimos a cenar y me lo tuve que gastar.

-Una lástima, si, pero como ya te he dicho, me dejé la cartera en Australia. No es que no quiera dártelo-dijo Ana dirigiéndose a la cocina-.

-Mamá, mientras me ducho, ¿me puedes preparar un bocadillo o algo rápido?

-Te aclaro hijo, una vez más, que lo que llevo puesto no es el uniforme del Mc Donalds, y que esto no es una ventanilla, es una puerta, que voy a cerrar, por cierto…

Y Ana se encerró en la cocina.

-Mami, me voy, vendré a cenar. ¿Mami?

Era lo mejor de Quique, que se le olvidaba enseguida que se había enfadado con su madre y que se iba con el estómago vacío.

-¿Mami?- insistió Quique.

-Adiós, hijo- gritó ella desde la cocina

-¿Me das dinero?- lo intentó de nuevo.

-Adiós, y feliz viaje a Australia, amor.

La puerta de la calle se cerró de un portazo.

-Perdona mamá, no medí mis fuerzas- grito desde fuera-  no quería que su madre pensara que se iba molesto.

-Aunque a mamá, en el fondo, le da igual-pensó encogiéndose de hombros- y subió al coche.

Ella le observó desde la ventana y echó un vistazo al cesto de la ropa limpia del que asomaba la famosa camiseta azul.

Y sin tiempo para disfrutar de su café en silencio, sonaron de nuevo las llaves.

- ¿Qué haces encerrada en la cocina, cielo? Venga me tomo un café contigo, que luego tengo que terminar un informe. ¿Me lo sirves tu mientras me pongo cómodo?.

-Claro, cariño-contestó-. ¿Qué tal te ha ido el día?

- De locos, como siempre.

Como siempre, él no le iba a contar nada.

-Por cierto, nena- prosiguió su marido mientras se alejaba- ¿has visto mi pantalón gris?

- ¿El de estar en casa?

-No, el de vestir- dijo Jorge.

-¿El del traje?, ¿el claro o el oscuro?- se interesó ella.

- No, el de raya diplomática.

-Coño, pues empieza por ahí- dijo Ana para sus adentros- .

- Lo lleve a la tintorería- contestó con una sonrisa- sabiendo que el pantalón descansaba desde hacía días en el fondo del cesto mezclado con un sinfín de camisetas azules.

 

 

miércoles, 8 de abril de 2015

Pan y gazpacho


Debería arreglar esa ventana. Fue lo primero que pensé al abrir los ojos. Una noche ventosa y un sinfín de golpes que no habían llegado a despertarme pero si me habían hecho soñar con un sinfín de golpes.

   Me alegré de tener aquel pensamiento tan práctico, tan desprovisto de emociones, sin ningún tinte sentimental. Pequeño, pero era un paso. Mi cabeza empezaba a ser capaz de distraerse con algo tan preocupante como una persiana rota.

   Mi padre abrió la puerta de su habitación. Las ocho- pensé-. Era como un reloj. Media hora en el baño y estaría listo para descargar su batería de preguntas mañaneras.

   Entré en la cocina y enchufé el exprimidor; tres naranjas del tiempo para completar el vaso. El zumo muy frío le sienta mal tan temprano.  

   El café descafeinado, guardado en un bote de cristal transparente para que no sepa que es descafeinado. No quiere renunciar a un buen café negro, aun siendo consejo de su médico. Ni siquiera se ha dado cuenta de que ahora desayuna descafeinado. Se siente mejor si no le hace caso, y yo le dejo.

   Se niega a ser viejo, pero cada mañana sale al jardín con el pan que ha sobrado del día anterior y se lo echa a los pájaros.

   -Buenos días, mi niña-. Aparece en la cocina recién afeitado.

   -Hola papá, ¿qué tal has dormido?-. A esa pregunta nunca contesta, ya es pasado.

   -Hija ¿Has pensado ya que vamos a comer hoy?, quizás venga tu hermana.

¿Cuánto pan quieres que traiga?.

Si sobra pan mi padre se muere, pero si falta se suicida.

El cálculo del pan es algo que cada mañana me taladra los oídos.

Dio el primer trago a su zumo y continuó.

   -Ayer traje tres barras y sobró una, es una pena tirar el pan…bueno, se lo comen los pájaros…¿traigo dos, entonces?.

No dije nada, sabía que sería inútil

  -Con dos barras si viene tu hermana con los niños nos quedamos cortos.

 Más cálculos harineros.

  -También depende de lo que tengas pensado hacer. Si haces un guiso de carne con una buena salsa y vienen tus sobrinos ya sabes que se ponen locos de mojar y dejan toda la mesa llena de migas… mira que son ruidosos…pero si vas a hacer gazpacho y  pollo, lo mismo con dos tenemos. Si no viene tu hermana, ¿traigo una?.  Para ti y para mi tenemos.

  -Sí, papá, trae una de momento -contesté mientras me servía un café.

  -¿No sería mejor llamar a tu hermana para saber si va a venir?, porque tendría que subir más carne si vas a hacer el guiso. ¿Quieres que pase por el garaje de Carmen para traer tomates?. ¿Vas a hacer gazpacho?.

  No espera mis respuestas, coge las llaves del coche y se va a sus compras y quehaceres por el pueblo.

 

   Me siento en el porche con mi taza de café aprovechando los primeros rayos del sol y recapitulo; mi padre quiere comer gazpacho y pollo, me lo deja claro. Prefiere que no venga mi hermana y me toca a mí decírselo porque no piensa ir a comprar más carne y no tiene ganas de niños. Seguro que no ha dormido bien.

  Traerá una  barra de pan que se comerá entera porque de sobra sabe que yo no como pan, pero con suerte  me libraré de la escena de los pajaritos.

   -Hola hermana, no sé si ibas a venir hoy pero papá está cansado y he pensado hacerle una comida ligera y que se eche una buena siesta. No tenía muy buena cara esta mañana.

   - Si, quería ir con los niños, están deseando ver al abuelo (si, y tu deseando venir a mesa puesta y echar una siesta mientras papá y yo cuidamos de tus hijos- mal pensé, como siempre). A papá le vendría bien un poco de tumulto para animarse - insistió mi hermana.

   - No, hazme caso, hoy mejor no, que tengas un buen día.

Colgué el teléfono.

Me agota con sus chismes. No quiero que me cuente, una vez más, sus planes para estas vacaciones y lo agotada que está. En agosto van a hacer un tour por distintas ciudades europeas con los niños para que se culturicen y después se escapará unos días con su marido a Grecia, a Santorini concretamente, para descansar y redescubrirse como pareja, porque es necesario hacerlo, según ella.

¡Y me lo dice a mí!, que redescubrí a mi pareja con otra en repetidas ocasiones.

A mí, que sabe que le perdoné una y otra vez hasta que un día ya no me pidió perdón y se marchó, dejándome con el perdón en la punta de la lengua y la cuenta bancaria al redescubierto.

A mí, sabiendo que este verano mis hijos están de crucero con su padre (y la otra) mientras yo estoy de vía crucis con el mío (y el suyo).

Ojalá sean abducidos por la puesta de sol de Santorini y les transporten a un lugar perdido aun no descubierto para que se redescubran en condiciones. Bueno no, que me tocaría ocuparme de sus hijos…

 

Entré de nuevo en casa y me puse con el gazpacho como una autómata.

   

    -Un kilo de tómate un respiro- suspiré.

   -Un me importa un pepino y un pimiento.
   -Un poco de cebolla…sólo si no me hace llorar.
   -Un poco de aceite de oliva virgen para que me resbale todo, incluso volver a   ser virgen.
   -Sal, un poco a divertirte.
   -Ajo y agua.

 

-¿Nueva versión del tradicional gazpacho?- preguntó una voz conocida a mi espalda.

  -No, es la de siempre-contesté sin perturbarme-, todo bien triturado hace milagros.

 Y hablando de milagros… pensé asustada antes de girarme.

  -Por Dios, mamá, ¡¿Qué demonios haces aquí?!- grité.

  -¿En qué quedamos en Dios o en demonios?.

  -Mamá, por Dios… ¿Eres tú?- seguí gritando.

  -Mejor Dios, hija, mejor Dios. Al demonio, gracias a Dios, no le he visto ni de lejos.

Estaba a punto de desmayarme y mi madre ni se inmutó. Me apoyé en la pared mientras ella seguía hablando desde la puerta de la cocina.

  -Tu padre ha ido a visitarme al cementerio pero yo me he marchado, ahí le he dejado con sus penas. Con lo callado que ha sido siempre, ahora se le suelta la lengua delante de mi lápida y no precisamente va para alegrarme la vida.

     -¡Mamá!.

     -Bueno, hija, es un decir…

     -Mamá, por Dios, que estás muerta- dije con un hilo de voz.

     -Si, por Dios estoy muerta, El lo decidió y El me ha permitido visitarte hoy. He sido una buena muerta, ¿sabes?. Mi juicio final no duró más de cinco minutos.

     -No bromees con eso…
     -Yo también necesitaba un respiro -suspiró. Tu padre me deprime un poco


     -¿Estar muerta no es lo más deprimente, mamá?- solté esa pregunta arrepintiéndome al segundo.

     - No, contestó ella sonriendo, la muerte libera. Lo que deprime y oprime es ver como tu falta no se supera. He de reconocer que al principio reconforta sentirte tan querida e imprescindible, fui una muerta un poco vanidosa al principio,  pero la pena de los tuyos acaba siendo una carga.

    - Quiero que pases página -continuó- que olvides las pérdidas. Estar sola no te obliga a cuidar de tu viejo padre y de esta casa vieja. Además, no estás sola. Deja de hacer ese gazpacho y haz una buena crema de espárragos, ¿qué te parece si los usas de la marca “vete a freír”?, y si son de Australia mejor, para que se vaya a freír más lejos…o de Sudáfrica…¡Vamos pequeña! .

  La sonrisa de mi madre si hacía milagros. Qué reconfortante era escucharla, estar de nuevo con ella, sentirme protegida.

    -Y no cuides tanto a tu padre, te lo pido por favor-siguió dando órdenes-.

 Tira de una vez ese descafeinado y hazle un café bien cargado todas las mañanas, o dos...Tú no te preocupes, que  tengo  la gracia de Dios para llevarle allí conmigo. A mí me hace más falta que a ti.

     - ¿Contigo allí?, ¿dónde es allí?- pregunté horrorizada ante la petición de mi madre de cargarme a mi padre cargando su café.

     - Al más allá, dónde va a ser -contestó ella .

Cómo si yo conociera aquel sitio de toda la vida, cuando en vida no se puede conocer y ella debía saberlo. Mi madre, como siempre, dando las cosas por hechas.

 

  El coche atravesó la puerta del jardín, mi padre bajó, sacó su compra del maletero y se dirigió cabizbajo hacia la casa.

 

  En la cocina quedó un olor a leche calentita, el olor de mi madre.

    - Al final sólo he traído una barra de pan- dijo-. Y pude ver su cara de asombro ante algo imperceptible.

   - ¿Has hablado con tu hermana?-. Volvió de nuevo al mundo.

   - Si, tenía lío en el trabajo y no podía venir.

   - Una pena- contestó.

   - El gazpacho ya está en la nevera y he pensado hacer el pollo a la plancha. ¿Te apetece, papá?           

   - Lo que hagas estará bien.

   - Hoy no he visto a tu madre- dijo, de repente, desde el pasillo.

   -¿No has ido al cementerio?- pregunté disimulando.

   -Sí, pero no he sentido su presencia como siempre, ha sido extraño.

Volvió sobre sus pasos y apareció de nuevo en la cocina.

     -¿A qué huele aquí?- preguntó.

     -A lo de siempre, supongo-. No sabía que decirle porque olía intensamente a ella y hasta a mí me perturbaba.

    - Volveré mañana, aunque quizás se haya ido para siempre. ¿Tu crees que eso es posible?-. Parecía un niño asustado.

    -Claro que no, papá, ella siempre te estará esperando.

Le abracé con fuerza y le susurré al oído;

   -Mamá no está allí, está más cerca, muy cerca… está más allá.

Y tiré el descafeinado.

 

 

 

 

Oscuro


Fue el día 3 de marzo, un día cualquiera, martes me parece, ahora no recuerdo.
Habían pasado siete meses desde el accidente, seis desde que Elena se fue. Nunca la juzgué, ni la maldije. Entendí su temprana huida.
Permaneció al lado de mi cama durante los días que estuve en coma, no se separó de mí. Eso me contaron. Desperté y allí estaba, sentí su mano tan aferrada a la mía que casi me hacía daño, sentí un abrazo de lana con olor a hospital, a café, a tabaco, y a larga espera que mitigaba un aroma a lavanda lejano. No la vi, no podía verla, intenté abrir los ojos hasta que me dolieron, no podía abrirlos, solté mi mano y la lleve a mis ojos, estaban vendados. Me asusté, debí gemir y allí estaba hablándome con ternura, pronunciando mi nombre pero no la veía, no podía verla, ni podía llorar.
Ella lo sabía, sabía que había perdido la vista en el accidente. Había tenido tiempo para prepararse y se quedó en silencio, sobrecogida. Pude percibir su miedo a la verdad.
Caí en un absoluto letargo, me dejaba hacer, ella me hacía las curas en los ojos destrozados por los cristales, resultaban insoportables pero no me quejaba. El accidente ocurrió el 3 de septiembre, desperté una semana más tarde y elegí morir.
La ausencia de un sentido intensifica los demás, pero yo no estaba dispuesto a disfrutar de nada. Elena se esforzaba por hacerme los mejores platos, los que más me gustaban. Desde mi rincón de ausente podía percibir el olor que venía de la cocina  intentando devolver algo de vida a nuestra casa. Yo había elegido morir.
Ella me levantaba, me vestía, me llevaba al hospital, me volvía a sentar en mi rincón y me hablaba aunque nunca tuviera respuesta.
Recuerdo aquellos días a oscuras por fuera y por dentro, no me planteaba nada, era un autómata, un vegetal que había elegido morir.
Aquel sábado vino mi madre, las escuché hablar en la cocina. Elena lloraba con desesperación y yo no sentía nada.
Un suave beso, una caricia en la mejilla y la puerta. Escuché la puerta que se cerraba de una forma diferente, y me invadió un vacio helado, se había marchado, pude sentirlo más que si lo hubiera visto, y no pude culparla.
 
Abandoné mi rincón de la ausencia, ahora permanecía horas al lado de una ventana en casa de mi madre. Con el tiempo los sentidos comenzaron a florecer; volví a saborear, a escuchar, a interesarme por la vida, poco a poco, sin salir de mi rincón, conformándome con lo confortable sin pensar en lo inalcanzable, sin olvidar a Elena pero sin su carga; qué curioso pensar así cuando la carga era yo…pero no podía hacerla feliz y eso me pesaba tanto…
 Un día me despertó un lametazo, era Gastón, mi perro guía acompañado de Leire, su entrenadora. Es un regalo, me dijo, te ayudará a buscar otros rincones.
-¡Arriba Goyo! que tenemos un montón de trabajo y Gastón necesita salir, me apremió la entrenadora- y ponte un buen abrigo que hace un frio que pela. Un invierno duro.
 
 Acompañado de Gastón, me dirigí al taxi que esperaba en el portal, Elena había llamado, quería verme, ella que puede, pensé.
-Quiero verte, Goyo, me dijo.
En aquel momento pensé que ahora yo también podría verla a ella, verla de verdad. Y eso me animó.
Me puse guapo, según mi madre, que no pudo engañarme cuando decidí, ante su oposición, ponerme la chaqueta de pana.
Te sienta mejor esta de lana, es mucho más elegante. Yo sabía que a Elena le gustaba la de pana.
El taxi no tardó más de quince minutos, quizás treinta, me cuesta controlar aun la noción del tiempo. Se abrió la puerta y encontré de nuevo su mano tendida, suave y fría de esperar en la calle. Gastón salió primero y Elena le saludó con entusiasmo, parecían viejos amigos.
Era 3 de marzo, aun hacía frio en Madrid, no recorrimos más de 10 metros hasta llegar a un portal, olía a portal de barrio del centro.  El ascensor era antiguo, con puertas de hierro e interior de madera que chirriaba y hacía un ruido infernal.
Vivo aquí Goyo, no me fui tan lejos, siempre he estado aquí. Esperándote.
Te mandé a Gastón porque no sabía cómo recuperarte.
La puerta que se cerró un día dejándome vacio, se abrió de nuevo, en otro lugar, en otro rincón del alma y no podía moverme, entre asustado y pletórico, entusiasmado… mis ojos secos se humedecieron de alegría, de esperanza, de vida, olía a pañal recién cambiado, a colonia infantil, a pequeña colada esperando la plancha,

Se llama Raquel, y entonces de los brazos de Elena, acogí en mis brazos la suavidad en estado puro, el aroma a piel propia,  el sabor de los besos más intensos y la visión más hermosa.

Soldados


Los soldados formados en línea de a diez, dirigidos por el general Polov, avanzaban  silenciosos con la misión de defender el valle de Mosur, puerta de entrada a la ciudad de Kiev. Caminaban empuñando sus Kalasnikov AK 47 perfectamente equipados para defenderse de las bajas temperaturas del invierno. El general  lucía un abrigo blanco de piel de oso siberiano que le había convertido en leyenda de guerrero invencible, de hombre de hielo. Era dos veces más grande que el resto de sus hombres.

 

Seis tanques T-90 estratégicamente situados y camuflados en la nieve cubrían el avance de las tropas con sus cañones antitanque Sprut apuntando hacía el camino Riazán ante una más que inminente aparición de las tropas polacas, agazapadas en el lado oeste de la montaña Troska donde crecía un bosque inexpugnable.

 

Dos helicópteros sobrevolaban la zona, uno dirigido con la mano de Misha que extendía su brazo para conseguir la máxima altura y asustar al ejército polaco y otro en la mano de Kiril que esperaba, sobrevolando el bosque a baja altura, al helicóptero ruso para derribarle por sorpresa y facilitar la entrada de sus hombres al valle.

 

El ruido de las hélices, los disparos de los tanques, y el griterío incesante de "al ataque" llenaba la habitación y las tardes de los dos hermanos que llevaban semanas sin salir de casa debido a las intensas nevadas. El calor de la cocina de carbón llegaba escasamente a la estancia en guerra que se calentaba gracias al fragor de la batalla. La voz de su madre que retumbaba por encima de los cañonazos era la llamada para el descanso y reponer las fuerzas de los pequeños combatientes; un vaso de leche de cabra caliente y un pedazo de pan con miel. 

Los niños se sentaban en la pequeña mesa del salón que estaba al lado de su abuela Alina, un mueble más  junto a su gata Rima acurrucada siempre a los pies de la vieja manteniéndolos calientes. Bordaba manteles de alegres colores que combinaba de memoria, pues había perdido la vista hacía años, para que Irina pudiera sacar algún dinero en el mercado de primavera en Kiev.

Sus nietos llevaban años sin dirigirse a ella pero la madre preocupada por otras miserias no inculcaba a sus hijos esa clase de amor.

 

- Misha ahora te toca a ti ser polaco -protestó el pequeño-, mientras intentaba tragar aquel pan duro ayudándose con un sorbo de leche.

 

- Yo soy el mayor y el general de hielo es mío, me lo regaló papá.

 

- Siempre pierdo porque tienes más soldados y todos los tanques, y me aburro.

 

- Pero en todas las batallas te dejo derribar mi helicóptero, y es un arma de ataque muy importante-, argumentaba Misha intentando convencer al pequeño.

 

- Vale, pero déjame un tanque por lo menos, quiero tirarle un cañonazo al general.

 

- No, Kiril, eso es imposible porque es invencible.

 

Los combatientes volvieron al campo de batalla desfilando con paso firme delante de la vieja para arrancarle un maullido a Rima, la madre les gritó desde la cocina como cada tarde, parecía preocuparle más la gata que la suegra inerte del salón.

 

Sacaron los tanques bajo la sábana blanca de nieve y Misha sucumbió a los deseos de su hermano, también le prestó diez de los nuevos soldados para que pudiera abrir otro frente y se dispusieron a seguir luchando hasta caer rendidos.

 

La explosión acabó con su griterío, los cristales derribaron el helicóptero ruso arrancando de cuajo el brazo de Misha mientras la sábana blanca del valle de Mosur que camuflaba los tanques se llenó de sangre infantil, Misha cayó sobre todas sus tropas aplastando al general invencible.

 

El pequeño bosque de hojas secas de la montaña Troska no pudo esconder a Kiril que, aterrado, se abrazó a su calamar gigante de trapo olvidado debajo del camastro que compartía con su hermano y que su padre le trajo hace años de Moscú.

 

Se quedó mudo al oír las voces de los soldados rusos de verdad, no hablaban como los soldados de Misha y le asustaban. Se orinó encima.

Misha gimió de dolor y volvió a gemir y se calló. Bajo su brazo amputado asomaba la gran cabeza del hombre de hielo.

Al otro lado de la puerta silencio y frío helador colándose por las rendijas. Después del bombardeo sólo había quedado en pie la habitación en guerra de una batalla perdida.

Todo voló y Kiril se quedó sólo defendiendo a su ejército mientras las cortinas raídas ardían en llamas.

 

 

 

 

 

Hijo pródigo


Camelia era la más inteligente, dulce, obediente, simpática y ocurrente. La mayor de las dos y mi ejemplo a seguir, según mi madre, claro, porque yo también era todo eso pero había llegado la segunda e hiciera lo que hiciera ocuparía ese segundo puesto el resto de mi vida.

 

Es más, yo era más guapa, más alta y más delgada que mi hermana aunque en opinión de mi madre mi figura resultaba más desgarbada. Camelia, en cambio, era más recogidita y proporcionada de cuerpo. Hasta se había llevado el nombre favorito de de mi madre desde que leyó no sé qué novela romántica cuando tenía 15 años. A mí me parecía un nombre tan cursi como ellas dos.

 

La conocía bien porque dormía con ella, bueno no sólo por eso, sino porque leía su diario y comprobaba con espanto el camino que iba tomando su vida. Mientras, en casa, se seguía comportando como la princesa que era. Falsificaba notas, faltaba al colegio, fumaba, bebía y perdió la virginidad varias veces...era sorprendente su capacidad para mentir y sacar provecho de cada situación.

 

Pasó su adolescencia y juventud sirviéndose del trabajo de otros y de sus dotes de persuasión. Siempre conseguía que alguien la sacara de apuros, y yo era su víctima más habitual. Así llegó a terminar una carrera y a independizarse sacándole a mi madre lo que mi madre no tenía ; un pisito en el centro de Madrid donde vivía una vida de excesos y lujos que no le correspondían y que mi madre, tonta, muchas veces sufragaba sin saberlo.

 

Nunca venía a casa, pero allí se la seguía venerando. Siempre encontraba alguna excusa para su ausencia y el día que anunciaba que a lo mejor se pasaba el sábado a comer, a mi madre le faltaba tiempo para correr al mercado.

-Paco, ponme una paletilla de cordero lechal, pero tiernita eh, que mi hija viene a comer el sábado-.

 

 "Mi hija", yo también era su hija, la hija que todos los días comía con ella, la que ingresaba dinero en su cuenta para qué no se enterara de que “su hija”, saqueaba su tarjeta de crédito. La que también quería independizarse, si, pero era incapaz de dejarla sola, la que cancelaba planes con su novio si ella sentía el más mínimo dolor en cualquier parte de su cuerpo.

 

Y una vez más el sábado no vino, y mi madre lejos de poner en la mesa la paletilla de cordero, la congeló para cuando pudiera venir...yo adoraba a mi madre...y se lo perdonaba...y le decía;  "buena idea, mamá, así no se estropea. Seguro que vendrá el próximo sábado".

 

No vino, pero si llegó corriendo al hospital, alertada por mi llamada.

-Mamá está mal, de repente se ha puesto amarilla, es el hígado, le queda poco tiempo. Camelia, date prisa.
 
 
Dos días exactamente. Camelia no se movió de su lado, no sé si por mala conciencia, por amor o por hacer lo que de ella se esperaba de cara a la galería. Yo volví a estar en segunda fila, dos días más, mientras mi madre agarraba fuertemente su mano y le decía lo hermosa que era y lo orgullosa que estaba.
-Me hubiera gustado verte más, hija mía, pero sé que has estado tan ocupada- dijo mi madre con un hilo de voz.
 
En el entierro de negro riguroso llorando inconsolable mientras repetía sin parar...mamá, mamá, mamaíta, y yo en segunda fila, de gris, discreta, rota por dentro.
 
Se acercó tía Sol después de abrazar durante un largo tiempo a Camelia y me dijo; Tu eres fuerte, cuida de tu hermana, está destrozada, quería tanto a tu madre...a lo que yo contesté bajito, despacio, mirándola fijamente a los ojos...Tía Sol; ¡¡me cago en la parábola del hijo pródigo!!
 
Esa noche descongelé las tres paletillas de cordero lechal, las cociné lentamente en el horno, encendí una vela, abrí una botella de buen vino y me las comí una a una…recordando a mi madre.
 
 
 

viernes, 13 de junio de 2014

La tristeza

Yo no la quiero, nadie la quiere. Quizás algún poeta romántico, pero nadie la quiere.
Y llega, silenciosa, y se instala.
No has abierto la puerta y has cerrado bien las ventanas, pero ahí está.
Miras y te la encuentras, con la misma cara de pena que tú.
Parece querer decirte..lo siento, pero ya es tarde.
Y llega, desarmada, dispuesta a no luchar contra ti.
Sólo dispuesta a dejarse vencer.
No puede ayudarte a elegir tus armas, porque ni ella misma sabe como será su derrota.
Al principio la escondes, no quieres que nadie la vea.
La guardas rapidamente en un cajón, en el fondo de un armario, en el cesto de la ropa sucia...
Pero, con cuidado de que no se ahogue porque esa no es la forma de vencerla.
Y un día, incapaz de armarte en el tiempo necesario, se hace más grande que tú y te invade.
Ya no hay espacio suficientemente grande para esconderla.
Se hace visible a los ojos de todos y tu te haces más pequeña.
No quería, no era su intención, sigue desarmada.
Grande, enorme, pero desarmada.
Pelea, te dice, yo no quiero estar aquí, no quiero acompañarte.
El camino que yo trazo no conduce a nada, no me sigas...
La tristeza es generosa, y espera.
Aun cuando sus dimensiones ya le impiden moverse, quiere irse.
Y cuando por un momento, por un instante consigues que desaparezca, se alegra tanto como tú.
Y te dice, así.Sigue así;
No pierdas de vista a esa mariposa, porque terminará posando en una bonita flor.
No huyas de esa mano tendida, agárrala con firmeza y siente su calor.
Escucha con atención lo que te cuenta tu hijo porque hoy ha sido el heroe en el skatepark
Así, una y otra vez, aunque siga aquí, no me mires.
Cada instante que disfrutas me hago más pequeña y peso menos.
Abre la puerta y las ventanas, déjame salir por donde entré.
Así, sin obuses ni bombas, sin metralletas, ganarás esta batalla.
Y un día te darás cuenta que me fuí.